Profesión y vocación: utilitarismo laboral

El trabajo cumple su función dignificante en la vida de las personas cuando crea valor; pues, al crear valor, se produce un sentido de autovaloría. Y aunque dicho valor nazca del tiempo de trabajo necesario que se le dedica a la creación de algún objeto, esta no será la línea teórica que se seguirá y profundizará en este texto. A continuación, se tratará de aislar el lado romántico-idealista del trabajo. Parece importante hacerlo en estos tiempos, en los que la explotación laboral sucumbe la vida diaria del trabajador hasta el hartazgo.

Entonces, parece importante ir un poco más atrás: cuando el sentido de la profesión y la vocación buscan conjugarse el uno con el otro; cuando la educación universitaria encuentra su auge en los lineamientos de cómo debería ser un profesional, y la vocación encuentra su primera llamarada visible de pasión al proyectarse en poner en práctica los conocimientos aprendidos en el campo laboral.

Sin embargo, la dualidad profesión-vocación se complejiza por la razón de que no se sabe exactamente qué es lo que debería anteceder cuando hablamos del gusto por el trabajo. Las personas actualmente se sienten culpables al sentir que no cumplen las expectativas en sus trabajos. Se sobreesfuerzan y se autoconvencen de que no son útiles. Una razón fuerte puede ser que dichos trabajadores estén envueltos en discursos dominantes enunciados por jefes y jefas que solo apuntan a la sobreproducción de resultados. Ahora, la vocación y su lugar en los discursos laborales suele ser usado frecuente y autoritariamente por parte de estos empleadores con el fin de generar relaciones de poder de carácter vertical y hegemónico.

El propósito de que el empleado no participe de una relación de poder antecedida por consensos sociales —en donde prime la opinión compartida y el respeto por el despliegue de nuevas ideas— puede deberse a muchas razones. Por ejemplo, que el empleador no tenga cualidades de líder, es decir, técnicas blandas desarrolladas como pensamiento crítico, comunicación asertiva, autoconciencia, tolerancia al error, discurso fluido, etc. También, que el empleador valore en extremo el beneficio de lo instituido y aísle la dimensión instituyente; esto quiere decir que, a causa de mantener el semblante de la institución, se olvide de los elementos que la hacen posible. Esto puede causar que se explote a los empleados por el bien de la institución. Y puede ser también que el empleador desee generar acumulación de sus riquezas mediante el plusvalor, es decir, el plustrabajo. El plustrabajo se puede generar con el aumento de la jornada de trabajo o con su intensificación.

Por lo tanto, la forma en que se usan los conceptos de profesión y vocación tiene como objetivo tomar una posición subjetiva valiosa del sujeto y manipularla para beneficios egoístas y competitivos. A continuación, se tratará de desarticular estos conceptos para conseguir una posición más honesta y digna conforme a cómo debería un empleado relacionarse con su trabajo. Entonces, ¿cuándo nacen realmente la profesión y la vocación?

Según Emilio Tenti, la profesión consistiría en una preparación adecuada y sistemática, una elección voluntaria y racional de la tarea a desempeñar. Mientras que la vocación dejaría el oficio librado a motivaciones desinteresadas del aspecto económico y muy poco reflexivas (p. 205). De tal manera, Tenti plantea a la vocación como un antes reflexivo de la profesión, incluso se lo intuye como herencia o hábito emocional trasladado, tal vez, por los primeros cuidadores. Es necesario detenerse aquí. ¿Qué significa que la vocación vaya antes que la profesión? ¿Es necesario tener vocación para elegir una carrera universitaria?

Es compleja la propuesta de Tenti, ya que se interpreta a la vocación como una herencia o hábito emocional. Sin embargo, se dejan de lado diversos factores integrales que pueden construir de forma contingente la perspectiva vocacional de cada persona. La historicidad, los vínculos, las épocas, la cultura e incluso la sociedad pueden sumarse y armarse como las partes de un todo, con movimientos totalmente diferentes a otros todos. La idea de que la vocación se hereda pierde validez, aunque no del todo su coherencia. Por ejemplo ¿Qué pasa con los hijos que estudian y se profesionalizan en lo mismo que sus padres?

Este podría ser un ejemplo coherente sobre la vocación como herencia. Ya que si existe, es decir, sí es posible: padres médicos con hijos médicos. Pero no es válido para toda persona. Padres médicos con hijos abogados. Habría que pensar qué es lo que realmente se hereda. Ya que si Tenti propone la vocación como una falta de racionalidad y donde solo predomina la emoción, los hijos que escogen profesiones diferentes tuvieron que atravesar algún grado de reflexión para elegir un camino distinto al de sus padres. Pero definitivamente algo se transmite. ¿Qué es lo que realmente se hereda en la vocación?

Ana Abramowski comparte que “la vocación será asociada tanto con el gusto, […] como con la dedicación y el entusiasmo” (2016, p. 78). Es decir, la pasión con que se realiza una actividad es transmisible. Es muy simple entender esto: en un ambiente sombrío y desganado, pero con un agente que realiza alguna actividad con dedicación y entusiasmo, realmente genera un impacto en el ambiente. Como se dice por ahí, “el ejemplo arrastra”. Y es que tal vez aquí podríamos localizar la herencia de la vocación. Siguiendo los ejemplos anteriores de padres e hijos: el cómo viven los padres sus profesiones realmente genera un mensaje en los hijos. Así también podemos tener otros ejemplos: los profesores apasionados al dar sus clases generan gran impacto en sus estudiantes. Este último ejemplo crea la siguiente pregunta: ¿realmente existe una cronología necesaria en el nacimiento de la vocación? Definitivamente no. La vocación es algo que se construye de forma continua y anacrónica.

Puede nacer en la etapa colegial o escolar. Puede nacer en la vida universitaria y, por supuesto, también puede nacer en la etapa laboral. El hecho de que la vocación esté relacionada con el gusto, la dedicación y el entusiasmo radica en la posibilidad de que cada persona encuentre su propio propósito en el mundo. Y el hallazgo de este propósito no obedece a cronologías y etapas determinadas, sino que se referencia y se alienta en las corrientes del deseo.

Ahora, lo complejo es andar por la vida concentrado en la profesionalidad. Lo que se propone aquí es que el propósito no es lo mismo que la utilidad. El propósito está relacionado con el deseo propio: actuar conforme al deseo que habita en uno. Es una relación de uno para el mundo y viceversa. Y luchar por ello. Contrario a la utilidad, donde el mundo exige alienarse a los estamentos de la productividad. Es decir, el mundo para uno, y no importa la propuesta que uno pueda crear para el mundo; no es aceptable. La relación que yace ahí es unilateral. La profesión participa en ello. ¿Cómo

Cuando se escoge una carrera universitaria para después ejercer una profesión, comúnmente se escoge la carrera que genere mayor rentabilidad económica, la que produzca más comodidad, en donde tal vez no exista la materia que se odiaba en el colegio. Aunque parezca que existe un beneficio, realmente lo que hay es una privación: una privación directa del deseo. Ya que, ¿y si lo que se desea es construir grandes estructuras como edificios o puentes por alguna importantísima experiencia? Es necesario tener saberes relacionados con la arquitectura o la ingeniería civil, pero las facilidades de vida se encuentran en otras elecciones lejanas al deseo. Asimismo, al ejercer un trabajo en donde prime la profesión, poniendo como prioridad la competencia entre empleados o la excesiva búsqueda de la producción de resultados eficientes.

Lo que se quiere dar a entender no es que la profesionalidad sea de alguna manera nociva y amarga, al menos en su dimensión no alienante. Es necesario e importante buscar beneficios que tengan en cuenta las propias condiciones materiales. Es decir, saber hasta dónde alcanzo con mis posibilidades sociales, culturales, económicas y sin más potenciarlas. Por lo tanto, dicho esto, lo que sí se quiere dar a entender es que la profesión se vivirá seca y utilitaria si no se la relaciona con la vocación. Tanto la profesión como la vocación no son términos estrictamente dualistas y aislados, sino que son enteramente dialécticos. ¿Qué quiere decir esto? Que se enredan, se acercan, se alejan y se confrontan siempre al mismo tiempo para producir una síntesis profesional-vocacional. No tener claro esto, o alguna idea de esto, produce que nos estanquemos solo en la vocación o solo en la profesión, y como resultado seamos altamente manipulados en las relaciones de poderes laborales. ¿De qué modo?

Aparte del sentido —por decirlo así— “terrenal” de la vocación al conceptualizarla por medio del entusiasmo y el gusto, la vocación también tiene un sentido “divino”. “La noción de vocación […] sería más bien el resultado peculiar de ‘traducciones’ realizadas a partir de múltiples flujos de significados, algunos propios del lenguaje religioso (que aportan sentidos vinculados a lo sacrificial y abnegado)” (Abramowski, 2016, p. 77). Por lo tanto, si lo ejemplificamos en la vida cotidiana, se puede entender la fijación en la vocación cuando los empleadores apelan de manera continua al sacrificio en sus empleados con dichos como “es mejor ponerse la camiseta para sacar adelante la empresa” o “hay que tener vocación para dar más”. Caso contrario, al no responder a estos enunciados como lo esperan, determinan que los empleados no valoran sus trabajos y como resultado los prejuzgan de no tener vocación.

El hecho de que la vocación encuentre su apoyo en la profesionalidad ayuda a entender que el crecimiento y desarrollo honesto de la vocación depende también de condiciones laborales a las que tendría que estar sujeto el trabajador. “Nos situamos dentro del mundo, pero lo co-construimos a partir de las experiencias pasadas y de la estructura espaciotemporal dentro de un campo definido” (Del Monte, 2023, p. 7). Es decir, el espacio y el lugar en donde las personas se desenvuelven también crean subjetividades, pues posibilitan la construcción de deseos, anhelos, emociones, sentimientos y afectos. La conciencia de sí mismo depende en parte de la percepción o interpretación que se tenga del mundo. El modo en que se presenta el exterior influye de manera enorme en el interior, o sea, en la subjetividad. Por lo tanto, un trabajador necesita condiciones laborales óptimas y adecuadas para madurar su vocación. Esto puede ser un sueldo justo y pagado a tiempo, un ambiente de trabajo que no promueva la competencia, NO a la intensificación de la jornada laboral, NO al exceso de horas, disposición de crecimiento y de recursos, etc. De tal manera que la vocación, el gusto y el entusiasmo por el trabajo pueden ser condicionados por la forma en la que el trabajador es tratado en su trabajo.

Asimismo, estar fijado en lo vocacional desde la perspectiva de la demanda superyoica precisamente del empleado ayuda a pensar la modalidad en que alguien que trabaja en exceso —aun si el jefe no se lo exige— podría ser prueba inteligible de la vocación. Sin embargo, cabría tomar en cuenta que la realidad podría ser otra. En Sujeto y fantasma de Kait Graciela se menciona que “el fantasma se reduce a la pulsión, y que esta preeminencia dada por el neurótico a la demanda oculta su angustia ante el deseo del Otro” (p. 180). De tal manera, la vocación desbordada convertida en demanda funciona como tampón al propósito del propio deseo del Otro. Tal vez podríamos pensar que el trabajo puede ser una variante de escape, ya que todo exceso de demanda intenta esconder la falta, es decir, el deseo. Lo interesante de esto es el pragmatismo que rodea al fantasma de la utilidad.

Anteriormente se había diferenciado entre propósito y utilidad. Pues bien: la fijación en lo profesional se alimenta de lo útil que puedes llegar a ser en tu trabajo. Muy contrario a la vocación, en donde se menciona el entusiasmo o el gusto, el sentirse útil amplía un sentido de valor en las personas. Las personas encuentran su valor en la medida de su utilidad. Esta ideología proviene de la máquina del capitalismo. Pero hay que tener en cuenta que los pensamientos crean pensamientos. ¿De qué pensamiento se aprovecha el Pensamiento del capitalismo? Del pensamiento de la búsqueda de la dignidad.

Las personas creen que el trabajo dignifica en la medida en que se muestre de lo que se es capaz de hacer. Y esta bien pues se busca una posición, un lugar en el mundo en donde ser reconocido, pero pareciera que las personas han transmutado de manera errónea la idea de que no son un fin en sí mismos, sino solamente un medio para un fin. El capitalismo y sus practicantes se aprovechan de esto de tal modo que convencen a los trabajadores de que son altamente desechables y que simplemente son lo que producen. Lo paradójico es que, aunque el hacerse con la propia dignidad —mediada por el reconocimiento— sí provenga de la posibilidad de que un otro lo permita, el capitalismo sabe muy bien aprovechar esto para su conveniencia. Por lo tanto, cuando la profesión se ve aislada de la vocación, no existe cuestionamiento alguno por el deseo que puede existir. Solamente existe la productividad, el beneficio, el excepcionalismo humano y el individualismo utilitario.

El verdadero trabajo de las personas es construir un propósito. Pero no desde una visión autopoiética —la cual marca un solitario camino hacia la creación individual del humano—, sino desde la simpoiética, es decir, desde la construcción plural, acompañada y resguardada por los otros. Tanto la profesión como la vocación, en sus vertientes individuales, generan dislocaciones subjetivas que dejan a los trabajadores en estados sensibles a la manipulación. Pero realizar un trabajo en donde tanto la vocación como la profesión se mantengan juntas, las cuales una cuestione a la otra de forma que permita un camino de creación y disfrute laboral, será el objetivo continuo de la clase trabajadora.

Bibliografía

Del Monte, F. (2023). Un cuerpo devastado es. México. Sf. 

Kait, G. (1996). Sujeto y Fantasma. Argentina. Editorial Fundación Ross

Macón, C. [et. al]. (2015). Pretérito indefinido: afectos y emociones en las programaciones al pasado. Buenos Aires. Editorial Recursos editoriales. 

Tenti, E. (1988).  El arte del buen maestro. México: Pax. 

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