Un(a) adolescente en la piel

Tengo un(a) adolescente en la piel. Pienso en el «amor» adolescente como una de las sensaciones más magníficas de la vida. Es una etapa fuera de todo sentido. Un fuera de sentido. Y creo que eso es lo que lo hace maravilloso y peligroso.

Recuerdo mucho Romeo y Julieta: lo que hicieron por esa pasión —no un amor, sino una pasión con nombre, una pasión con origen, camino y destino trágico—. Ellos son el ejemplo perfecto de morir por alguien que se siente en el cuerpo; no es amor, es la capacidad de llegar, a través del otro, a un más allá de la pasión.

Es la pasión rimbombante que trasmuta en una quemadura interna en el pecho. La energía que se cristaliza en un exceso para demostrar hasta dónde eres capaz de sentir y seguir sintiendo tan codicioso ardor. Es una sensación calumniadora que rompe toda moral y tropieza con los límites de la ética. El romance adolescente son idilios fulminantes donde pierdes la razón en un instante. Donde no hay planes ni organización. Eres solo cuerpo y nada de razón.

El imperativo es entregarlo todo; el deber, alcanzar la sensación máxima que recorre la vista, los labios, el tacto, y se concentra en los genitales. No hay nada más, no debe haber nada más. Todo lo que no sea pasión pura es un intruso, es adulto, es extranjero en el país del «amor» adolescente.

Tener un(a) adolescente en la piel es ser caprichoso, es romper el orden del amor adulto. Es verse dos veces en un año y reiniciar como si nada. Extrañarse como si nada y soñarse como si nunca. Es besarse sin explicaciones, abrazarse sin temor, tomarse de la mano porque lo necesitas. Es navegar en la impermanencia, pensarse y amarse en lo transitorio, como si no hubiera un mañana. La pasión es amenazada por el primer rayo del alba, que obliga a estrujarse, apapacharse, lamerse y devorarse.

Y el mañana ya no es cómplice de lo prohibido. Solo queda anhelo, ganas de más, deseo frustrado, pasión inacabada, besos de sombra y recuerdos. Al día siguiente, el amor adolescente es atacado por el amor adulto y su venenosa razón, por la ética de las consecuencias. Ahí donde las personas eran solo medios para una pasión egoísta, al día siguiente no son más que patéticos adolescentes perdidos.

Tal vez, de vez en cuando, el amor adulto debería ser un poco patético.  

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