La palabra robada

Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de «libertad» se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son palabras, sin idea alguna que les corresponda. B. Spinoza

Introducción

La vida en este mundo depende de un sinnúmero de causalidades. Pertenecer a una familia, a un grupo de amigos y a un trabajo en particular puede ser producto de un trabajo de decisiones tomadas a voluntad. Sin embargo, lo cierto es que, a medida que decidimos sobre la propia vida, existen más personas que también van influyendo y decidiendo sobre esa vida. Entonces, no se es totalmente dueño de la vida que se dice tener.

Cuando se dice tener una vida, ¿qué implica? Implica que esencialmente se es definido. Definido por otros y por sí mismo. Las personas son narradas y contadas por lo colectivo. La vida que se dice tener no es estrictamente propia. Se puede ser construido por sociedades mediante la palabra y, al mismo tiempo, se puede ser roto por estas. Sin embargo, la palabra es rota por naturaleza, es equívoca y desencajada en esencia. Más bien, la sensación de lo roto puede venir de que la palabra está siendo robada. Cada día que pasa en la época actual, se siente menos el sentido de pertenencia que provoca la palabra. ¿Qué puede causar la palabra robada?

Para saber qué tipos de causas roban la palabra, no basta con hacer un recorrido superficial, sino que implica ir más allá de lo ilustrado. Requiere preguntar a las grandes sociedades de disciplinas (familia, universidad, trabajo, etc.) el propósito de sus adiestramientos. Se encontrará que estas sociedades, a medida que disciplinan a otros, son al mismo tiempo desplazadas y controladas por otro tipo de sociedad: las sociedades de control.

Las sociedades de control y la cifra

Gilles Deleuze, en su escrito Post-scriptum sobre las sociedades de control, proponía que son el producto de una nueva época, teniendo como representante al capitalismo, en donde planteaba nuevos modos de producción en los cuales lo esencial es la cifra. De esto decía:

El lenguaje numérico de control se compone de cifras que marcan o prohíben el acceso a la información. Ya no estamos ante el dualismo «individuo-masa». Los individuos han devenido “dividuales” y las masas se han convertido en indicadores, datos, mercados o “bancos”. (p. 2)

Lo interesante de la propuesta de Deleuze es que la cifra se ha impuesto sobre la persona, buscando erradicar la dimensión colectiva de su personalidad, volviéndolo al mismo tiempo incapaz de individualizarse. El capitalismo interviene de manera particular como separador de la singularidad de la persona con lo universal. Esto significa que lo vuelve dividual, lo vuelve exterior o interior, pero con la nula capacidad de ser extimo. Por lo tanto, quiere decir que no hay relación con el adentro o el afuera. O es adentro o es afuera, pero jamás los dos al mismo tiempo, en donde se produciría una dialéctica del ser.

Estas personas dividuales, limitadas a no ver más allá que sus propios medios de producción traducidos en cifras, tienden a convertir a las masas en indicadores, mercados o datos. En las sociedades de control, la masa se vuelve un medio de producción en donde el producto es la información. La masa es algo más que grupos de personas multitudinales. Lo que se forma en la masa son conexiones, vínculos, emociones y afectos que permiten forjar la individualidad de las personas.

En la verdadera colectividad de las masas, ninguno es más, nadie es mejor que otro, y por lo tanto, las personas devienen masa por el motivo de que, por algún periodo de tiempo, son un solo cuerpo. Las masas son un lugar seguro para la formación de identidad de las personas. Sentir que se lucha por algo más grande que sí mismo da un sentido absoluto de pertenencia que desemboca en la transición del ser. Elias Canetti (2005) diría que: “Se elimina toda separación y todos se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar huecos entre ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio” (p. 16). 

Sin enmargo, este alivio se verá suspendido por el capitalismo denominado como sociedad de control. La masa ya no genera más alivio, sino competencia. Las relaciones y vínculos que yacen en la masa son afectados por el constante empuje de las personas a ponerse encima del otro, de ser mejor que el otro. Este capitalismo, que describe Deleuze, se acopla de buena forma al capitalismo que critica Shoshana Zuboff: el capitalismo de vigilancia. Haciendo una diferencia del capitalismo industrial, ella dirá que este:“transformó las materias primas de la naturaleza en mercancías; el capitalismo de la vigilancia reclama el material de la naturaleza humana para la invención de una nueva mercancía”(Zuboff, 2019, p. 122).

El capitalismo de vigilancia y el excedente conductual

El capitalismo industrial es dueño de los medios de producción desde una perspectiva materialista. La tierra, la fuerza de trabajo y los materiales son los medios de la empresa para crear el producto que se busca vender. Además de apropiarse de la plusvalía de las ventas de toda mercancía, lo que hace al capitalismo industrial-empresarial tan peligroso es que, al ser dueños de los medios de producción, también sería capaz de modificar y conquistar el mercado, es decir, tener pleno control de los productos. Por lo tanto:“Se conquista cuando se puede fijar los precios, no cuando se abaratan los costos de producción; se conquista mediante la transformación de los productos, no mediante la especialización de la producción” (Deleuze, 2006, p. 2). De tal manera, la problemática que se visualiza es que el capitalismo se adueña de toda la cadena de economía: medios de producción, producto y mercado.

El capitalismo industrial-empresarial ha sido capaz de mutar en algo más perverso: un capitalismo donde el medio de producción ya no es solamente lo material, sino que tiene como objeto la subjetividad del individuo. Este modelo económico-político ha encontrado la capacidad, mediante la vigilancia, de averiguar lo que causa satisfacción a las personas para así mejorar sus productos y elevar sus ventas. Es un capitalismo que vigila la vida cotidiana con el propósito de extraer el goce premium, en donde se demuestra que se es el:“medio usado al servicio de los fines de otros”(Zuboff, 2019, p. 122).

Para profundizar en los métodos y herramientas que usa el capitalismo de vigilancia, es necesario preguntarse a dónde va toda la información personal y no personal que se coloca en internet. ¿Quién tiene acceso a las búsquedas y “clics” que se hacen en las aplicaciones o navegadores? ¿O acaso es que todo desplazamiento en internet pasa desapercibido? Por supuesto que no. Según Zuboff, Google es la gran pionera de este capitalismo que, mediante la acumulación de datos personales que se depositan al navegar en internet, acceden a todo movimiento realizado en el mismo. Por lo tanto, los datos llegan a algún lado, se acumulan para un propósito muy peculiar, y es el de predecir las acciones. No es casualidad que cada vez que se escriba lo que se pretende buscar en Google o alguna otra aplicación, inmediatamente se complete la oración con distintas propuestas de búsquedas pasadas.

El hecho de que estas grandes empresas tecnológicas como Google, Facebook o TikTok extraigan grandes cantidades de información con el propósito de predecir las acciones de las personas solo es posible por medio del excedente conductual. Y precisamente extraen la información del excedente efectuado cuando ofrecen más contenido del necesario para “mejorar sus servicios”. Por lo tanto, cuando el usuario “hace clic”, “desliza” y “reacciona” a determinados contenidos, estos son ya datos traducidos en excedente conductual que sirven para formular, mediante algoritmos de aprendizaje, futuras predicciones.

Zuboff, en su gran libro La era del capitalismo de vigilancia (2019), complementa que:

El capitalismo de vigilancia comienza con el descubrimiento del excedente conductual. Se proveen más datos conductuales de los estrictamente requeridos para las mejoras del servicio. El excedente resultante alimenta la inteligencia de las máquinas que fabrica predicciones de la conducta del usuario. (p. 126)

Lo interesante del excedente conductual es que propone un resto, es decir, es algo que sobra y que está por encima o fuera del límite. ¿Será una conducta basura? La cuestión es que la mente de los seres humanos no es como la de las máquinas inteligentes o como computadoras que, de manera sencilla, desechan la información que no es de utilidad. La subjetividad encuentra precisamente su esencia en los “desechos” que pretendemos hacer a un lado. No solamente somos lo que recordamos, sino también somos lo que olvidamos. Las personas no se pueden liberar de lo aprendido, incluso tampoco de lo captado mediante la sensibilidad de los sentidos corporales.

Aunque lo que se pueda aprender como conocimientos “útiles” (académicos) forme también parte de la subjetividad humana, se propone, por otro lado, que lo que alimenta y nutre de manera continua al ser humano son los actos cotidianos y desapercibidos que las personas realizan en su día a día. Porque, después de todo, aquellos actos aparentemente no premeditados son impulsados por una libido que cala hondo en la subjetividad. ¿Qué se quiere decir con esto?

El síntoma y la fantasía capitalista

El capitalismo de vigilancia estimula y se alimenta de la continua satisfacción de la libido que existe en los sujetos, con el propósito de aprender a satisfacerlos de manera más eficaz. Ahora, dicha libido repetitiva y continua se puede traducir en pulsión. Por lo tanto, lo que encarna la pulsión es la fantasía. Desde el psicoanálisis, la fantasía forma parte crucial en la formación de los síntomas. De tal manera que el síntoma, a modo de causa, es lo que incentiva las conductas. Es lo que se halla detrás de la acción, es el motor del propósito, es lo que la conducta en su forma adiestrada y disciplinada trata de ocultar. Freud (1916), en su texto Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, dice que:“Los síntomas neuróticos tienen entonces su sentido, como las operaciones fallidas y los sueños, y, al igual que estos, su nexo con la vida de las personas que los exhiben” (pp. 235-236). 

El capitalismo en su estado vigilante ha descubierto un exceso que solo se puede entender desde lo metafísico. El síntoma forma parte de la vida cotidiana de las personas; tal como plantea Freud, su nexo con la vida se desarrolla desde las operaciones fallidas de las personas. El síntoma es, principalmente, solución a un fallo: a lo que no se puede conseguir, a la frustración del deseo y la imposibilidad del todo. Irónicamente ocurre que, aunque se ofrezcan demasiados productos que prometan resolverte la vida y alcanzar la eterna plenitud, realmente lo que sucede es que te introducen en un espiral de constante incompletud. Te recuerdan constantemente mediante anuncios, ventas y marketing que siempre necesitas algo para vivir bien. Por lo tanto, deforma agresivamente el síntoma.

El excedente conductual de Zuboff es la forma exhibida del síntoma, pero es el síntoma no abordado, es el síntoma no leído y, por lo tanto, no enterado. La capacidad de este capitalismo es que, al desarrollar el síntoma, no se preocupa en que te enteres de que existe. Alimenta el fallo, reproduce la falta, pero no la entiende y tampoco le interesa entender. Solo le interesa producir la fantasía que alimenta el síntoma que impulsa a comprar. Este síntoma es verdaderamente complejo porque no concretiza el lenguaje, y ya que el msimo es respuesta a lo que alguna vez pudo ser ausencia de lenguaje, el síntoma intenta ser una especie de mensaje que hay que descifrar, pero guarda su buena cuota de lo inexplicable, de lo no simbólico. ¿Por qué?

Los gadgets y la pérdida de lo simbólico

Los gadgets, dispositivos tecnológicos relativamente pequeños que cumplen funciones específicas, son las herramientas perfectas que malforman e incluso destruyen lo simbólico Los smartphones, laptops, relojes inteligentes, auriculares con sensores, AirTagsAlexas, etc., son dispositivos que cumplen cada uno funciones particulares. Ya sea saber más, escuchar mejor, estar mejor localizado o mejor ubicado por los demás, pareciera que estos gadgets se funden en un punto singular característico: ser una extensión de los sentidos. Estos objetos plus de goce, objetos a como tal, se plantean como lo que tapa la falta del sujeto. Lacan, citado por Ramírez (s.f.), señala que:“La astucia del capitalismo consiste en haber sustituido el objeto perdido por el objeto de la tecno-ciencia, anulando, así, la pérdida propia del deseo”. (p. 31)

Estos dispositivos se introducen en la vida cotidiana como necesarios mediante la vía de los sentidos, con el propósito de reemplazar la relación con el Otro, con frecuencia ofreciéndose como principal solución distractora ante situaciones que generan angustia. Las consecuencias de la nueva posición de estos gadgets es que hacen una humanidad profundamente distraída y aislada. No hay espacio para la reflexión ni para la comunidad. Por ejemplo, con Alexa, la “conversación” que se establece con este dispositivo puede tener como propósito la satisfacción de las demandas que se le imponen: pedir alguna música, uno que otro chiste, lectura de un texto, encender el televisor, saber sobre el clima, etc. Sin embargo, las personas, al satisfacer sus caprichos, lo que sucede es que se vuelven sugestionables a las recomendaciones. Alexa entrena a las personas para que la entrenen mejor. Una vez que se ha accionado y reentrenado su algoritmo de aprendizaje mediante la información casual de los hábitos y demandas de la vida cotidiana de los usuarios, Alexa comienza a entrenar mejor a las personas.

Pero lo que sucede es que se está en un terreno mucho más polémico de lo que se cree. Los gadgetsya no solo han invadido la cotidianidad de las personas; la forma en la que extraen información se ha vuelto altamente velada e incuestionable. Estos gadgets son proyectados, según como lo nombra Yanis Varoufakis, por el capital de la nube. Pero, ¿cuál es ese método implícito acumulador de información?

Varoufakis, en 2023, en su libro Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo, explica que la forma en cómo obtiene el “contenido” el capital de la nube es de la siguiente manera:

Piensa en qué consiste el capital en la nube: software inteligente, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, miles de kilómetros de fibra óptica. Y, sin embargo, todo eso carecería de valor sin «contenidos». La parte más valiosa del stock del capital en la nube no son sus componentes físicos, sino las historias publicadas en Facebook, los vídeos subidos a TikTok y YouTube, las fotos de Instagram, los chistes y los insultos en X, las reseñas de Amazon o incluso nuestros desplazamientos, que permiten a los teléfonos avisar a Google Maps del último atasco de tráfico. Al proporcionar estas historias, vídeos, fotos, chistes y movimientos, somos nosotros quienes producimos y reproducimos —al margen de cualquier mercado— el stock del capital en la nube. (p. 75)

Es importante pensar que las redes sociales participan el mayor tiempo en las vidas de las personas; están inmersas, plagadas, desapercibidas, son compañeras, son socialización, son encuentro, son desahogo y distracción, pues se convierten en un gran alivio-distractor después de sobrevivir un día más en la “selva de cemento social”. Las redes sociales acumulan gran información a partir de la susceptibilidad provocada por el ajetreo de la vida cotidiana. No se piensa en qué y en dónde se navega por internet. La brújula es la satisfacción, y es el momento adecuado para formarse el excedente conductual que propone Zuboff. Las redes sociales son la joya de la corona.

El recorrido que se ha hecho hasta aquí es precisamente para llegar a este punto: las redes sociales. La horrorosa sistematicidad acumulativa que se esconde detrás de las redes sociales ha sido mostrada. El monstruo está suelto, el monstruo salió del bosque. Es hora de analizar su doble naturaleza y el daño que acarrea al participar en ellas, pues lo que se pretende aquí es exponerlo.

Las redes sociales: el monstruo hipermoderno

Es muy atractiva la propuesta que realiza Michel Foucault en su clase del 22 de enero de 1975, cuando habla de las anomalías. A modo de introducción, toma como arquetipo tres elementos: el monstruo humano, el individuo a corregir y el niño masturbador. Lo que llama la atención de dicha clase es la descripción que hace sobre lo monstruoso. Él expone que este “ser” se fundamenta en combinaciones duales. Es decir, lo que hace a un monstruo, un monstruo, es la articulación perfecta de dos naturalezas.“Digamos que el monstruo es lo que combina lo imposible y lo prohibido”. (Las anomalías, 1975, p. 65)

El monstruo se conceptualiza desde la noción de que, en su forma y contenido, viola tanto las leyes de la sociedad (lo prohibido) como la ley del sujeto (lo imposible). Las redes sociales son el verdadero monstruo hipermoderno que transgrede, viola y vulnera a la sociedad hasta llegar a lo más profundo de esta: la subjetividad del individuo. Lo que parecía imposible y prohibido en el sujeto y la sociedad ahora es vulnerado, atacado y expuesto violentamente. Por lo tanto, ¿qué tipo de consecuencias causa este monstruo en la sociedad y en el sujeto?

Las plataformas sociales funcionan como un espacio de extensión de la presencia. Literalmente, se puede estar en cualquier parte del mundo de forma virtual, con la condición de que haya internet. De tal manera que la existencia y renovación de los satélites que brindan conexiones a la web es ahora mucho más abundante y factible que nunca. Una llamada por WhatsApp, una videollamada, un Zoom, un Meet. No hay excusa para no estar presente. Se es omnipresente. Por otro lado, las plataformas sociales nos brindan saberes en abundancia. Actualmente, somos una sociedad altamente informada. Es un crimen no estar al tanto de las “breaking news”. Se tiene la obligación, por tendencia, de estar al tanto de lo que pasa en el mundo. Saber se vuelve un deber. Y si algo no se sabe, pues eres culpable por no investigar. La ignorancia no te exime de la culpa. Por lo tanto, se es omnisapiente. Pero, ¿realmente se puede cargar con el peso de saberlo todo y estar en todos lados, aunque sea de forma virtual? No, no se puede, y es claro que la sociedad y, en particular, el sujeto, resienten el sobrepasar estos límites.

Para un mayor enfoque, es necesario profundizar en el pasado de los adultos del hoy, es decir, la Generación Z. Esta generación, nacida en 1995, fue la primera en tener en su poder, cuando todavía atravesaban la pubertad, un portal de bolsillo hacia un universo totalmente adictivo e impredecible. Un universo alternativo que, al navegar en él, inmediatamente producía una invisibilización del ahora. El tiempo y el espacio eran totalmente afectados por la pesadez distractora de lo que contenía y ofrecía los celulares inteligentes.

Jonathan Haidt (2024) presenta una investigación para The Guardian en donde expone la cantidad de horas que el adolescente Z pasaba en su smartphone:

A medida que los adolescentes tenían teléfonos inteligentes, comenzaron a pasar más tiempo en el mundo virtual. Un informe de Common Sense, en 2015, encontró que los adolescentes con una cuenta de redes sociales informaron pasar alrededor de dos horas al día en las redes sociales y alrededor de siete horas al día de tiempo libre en línea. (Párr. 16)

Actualmente, estos adultos no solamente pasan su tiempo libre en las redes, sino que, a modo de un tecno-feudo, trabajan en ellas. Los efectos que se desarrollan en la actualidad se han venido causando desde hace años. Desde que nació el teléfono inteligente en 2007, las personas han ido mermando su capacidad de estar presentes para con el resto. Porque lo que ofrecen las redes sociales son patrones sociales (los famosos “trends”), modelos a imitar (acceso a la vida de actores o cantantes), emociones construidas y deconstruidas (morbo) e incluso un profundo efecto del sueño.

Es enorme lo paradójico que pueden ser las redes sociales, porque al estar “conectado” al resto y como el resto, se podría sentir total acompañamiento, apoyo y reconocimiento de la comunidad virtual. Pero esta realidad esencialmente virtual no es la real. Aunque Gilles Deleuze comenta que:“Los objetos puramente reales no existen, y lo real y lo virtual coexisten en un estado de coalescencia y oscilación perpetua donde la imagen virtual nunca deja de devenir real” (Deleuze & Parnet, 2002, p. 150). Esto quiere decir que la virtualidad necesariamente debe tener su confirmación y su paso a lo real.

Estas redes en línea imponen y demandan, mediante sus métodos sugestivos, que se pase todo el tiempo posible en la virtualidad. La paradoja se forma cuando lo que se supone que se tiene que vivir en la realidad entonces se vive en la virtualidad. Las grandes empresas tecnológicas, con la información diariamente recolectada, logran cada día que las personas no necesiten el mundo real. Brindan todas las facilidades posibles para que las multitudes no se desconecten y sigan aportando a su gran maquinaria capitalista voyerista. Por lo tanto, alejándolos de la realidad, del resto, de las personas reales, entonces lo que consiguen es una sociedad aislada, solitaria e inútil.

Las personas están profundamente distraídas. El aislamiento que generan las redes sociales ha afectado la capacidad de hacer verdadera comunidad de las masas. Si de por sí, el lenguaje es malentendido por estructura, la condición imponente de las redes virtuales nos aleja peligrosamente de uno y del otro. No se escucha verdaderamente al otro por estar pendiente del gadget.

El monstruo llamado redes sociales ha venido a violar la ley que compone los vínculos, los grupos y colectivos. Quiere dejar sin su mejor sostén al sujeto, quiere sacarlo del radar, pues no quiere que opine sino que obedezca, no quiere que critique, sino que baile y produzca tendencias, no quiere que hable, sino que teclee, que haga “pinch”“swipe” y “tap” en las pantallas. “Puede decirse que lo que constituye la fuerza y la capacidad de inquietud del monstruo es que, a la vez que viola la ley, la deja sin voz” (Foucault, 1975, p. 62). El sujeto está perdiendo su voz, lo que significa que la palabra está siendo robada.

La podredumbre cerebral y la palabra robada 

La Universidad de Oxford en Inglaterra tiene como tendencia escoger la palabra del año. En 2024, es decir, el año pasado, tras votar entre una lista de 6 palabras, los expertos consideraron que la palabra con mayor incidencia social era “brain rot” (podredumbre cerebral). Se plantea como:“[…] el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente si se considera como resultado del consumo excesivo de material considerado trivial o poco estimulante […]”. (Oxford Languages, 2024, párr. 3) ¿Y cuál es ese contenido que se está consumiendo de forma excesiva? Así es. El contenido en línea, especialmente el de baja calidad.

La Universidad de Oxford (2024) propone que el continuo consumo de contenido en línea proviene principalmente de redes sociales:

Nuestros expertos observaron que el término ‘podredumbre cerebral’ adquirió nueva relevancia este año para expresar la preocupación por el impacto del consumo excesivo de contenido en línea de baja calidad, especialmente en redes sociales. Su uso aumentó un 230 % entre 2023 y 2024. (párr. 4)

Entonces, lo que se pone en riesgo aquí no es solamente la capacidad de hacer comunidad con otras personas, sino también nuestra habilidad de hacer pensamiento crítico. La crítica a las redes sociales no solamente se enfoca en las consecuencias cognitivas que genera en las personas, sino que se busca problematizar su dominio de poder antecedido por la capacidad de crear verdades, saberes, identidades y sentidos desde una hegemonía manipulativa del capital que se extiende en falsas políticas corporativas de vida y bienestar.

Por lo tanto, todas estas problemáticas convergen en un solo punto, el cual posibilita que las personas sean los seres subjetivos que son: el lenguaje. La manera cómo el discurso para con los otros posibilita el lazo social. Además, se posiciona como antecedente del vínculo y la comunidad, donde se halla como conjunto de significantes pensados y ofrecidos para entenderse y malentenderse.“Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de ‘ego’” (Benveniste, 1971, p. 180).

Encontramos aquí el fundamento de la subjetividad. Somos seres de lenguaje. Es lo que permite ser al individuo un sujeto. Un sujeto “sujetado” al significante. Reafirma el sentido y al mismo tiempo lo destruye. Su trabajo dialéctico produce incesantemente síntesis. Se necesita del lenguaje para dar grandes conclusiones, grandes sentidos e identidades. ¿Y de qué forma se encuentra afectada la subjetividad lingüística? Mediante la destrucción del narrador.

Las redes sociales están robando el lugar del sujeto narrador. Están robando la palabra. No dejan que sea él quien cuente su propia historia.“La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se han servido todos los narradores” (Benjamin, 1936, sección II). Cuando la red social Instagram interviene como medio para visualizar una “story”, realmente lo que llega al consumidor es una historia altamente ensayada y corregida. Lo humano se borra. No hay espacio para el error, para la vergüenza o el temor que requiere narrar una historia personal a otra persona. El vínculo cambia; el medio, que era el lenguaje narrativo, ha pasado a segundo plano. Lo que llega es sintético.

De tal manera que ya no se disciplina al narrador, se lo controla. El narrador en las redes sociales no es verdadero narrador porque se anticipa a cambios y transgresiones constantes. La disciplina en el narrador, aunque creaba malestar en los grupos, siempre encontraba la posibilidad de mutar en un bien común y comunitario. Pero cuando se controla al narrador, lo que se ve afectado es la posibilidad de su singularidad. No existe más la propia invención, pues toda propuesta debe estar alienada al bienestar de quien controla.“[…] El arte de narrar se aproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad, es decir, la sabiduría, se está extinguiendo […]” (Benjamin, 1936, sección IV).

Esto quiere decir que la sabiduría, como la capacidad de interiorizar en el propio sufrimiento, es lo que se está extinguiendo. Las personas no quieren sufrir más y, por lo tanto, no quieren equivocarse más. Los márgenes del error deben ser cerrados en toda medida posible. Solo debe existir la perfección. Sin embargo, no hay premio para la perfección; solo existirán campos de soledad sin sueños, identidades sin reafirmar y, por lo tanto, relatos huecos.

Conclusión

Las consecuencias que se evidencian en una sociedad depresiva y aislada, en donde, a la par y de manera constante, se hace efecto un deterioro del pensamiento crítico, son causados por el gran ataque al relato del narrador donde como agente montruoso deviene las redes sociales. Las redes sociales son —hasta ahora— el último eslabón del capital de vigilancia.  Y los gadgets como portadores a estos universos virtuales se funde de manera versátil en los hogares y su cotidianidad para no dejar a ningún sujeto desconectado de la red. El capital de la nube transformados en estos dispositivos materiales responde a una estrategía perversa voyer que de manera constante busca saber absolutamente todo; con el fin de producir más contenido que pueda satisfacer la pulsión consumista. 

 Finalizando, tal vez se puede pensar que no se observa un futuro esperanzador para los sujetos. Sin embargo, antes de proponer métodos para sobrellevar la depresión o de crear estrategias de resiliencias tan común del fenómeno biopolítico de la salud mental. Incluso de eneseñar inteligencia emocional en las sociedades de disciplina. Se propone que hay que buscar la manera y el tiempo de encontrarnos en las historias, de hacer comunidades y espacios de relatos, de conversar de lo que fue, de lo que será y sensibilizarnos. La única manera de resistir a las redes sociales y sus efectos será confiar en la propia capacidad de narrar.

No hay que dejar que nos roben más la palabra.

Bibliografia

Benjamin, W. (1936). El narrador. En Para una crítica de la violencia y otros ensayos.        Taurus

Benveniste, É. (1971). De la subjetividad en el lenguaje. En Problemas de lingüística general I (pp. 179-187). Siglo XXI Editores.

Canetti, Elias. (2005). Masa y poder. Madrid: Alianza Editorial.

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Deleuze, G. y Parnet, C. (2002). «Lo actual y lo virtual». En Diálogos II. Continuum.

Foucault, M. (2000) Los anormales. FCE. Argentina (clase del 22 de enero de 1975).

Freud, S. (1916-1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis (Obras completas, Vol. XV). Amorrortu.

Haidt, J. (2023, 13 de abril). Ansiedad de generación: Los teléfonos inteligentes han creado una crisis de salud mental en la Generación Z, pero hay formas de solucionarlo. The Guardian. https://www.theguardian.com/society/2023/apr/13/anxiety-generation-smartphones-created-mental-health-crisis-generation-z

Ramírez, M. E. (s.f.). Conflicto Armado y Subjetividad. (págs. 25 – 42). Olivos: Grama

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Spinoza, B. (1980).  Ética demostrada según el orden geométrico,II, proposición XXXV. Editora Nacional, Madrid. 

Varoufakis, Y. (2023). Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo. Deusto

Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós.

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